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Desde la Antigüedad, los celtas han suscitado más temor que
fascinación. Indomables y temibles guerreros, mercenarios
y conquistadores, a los ojos del mundo mediterráneo
encarnaron al bárbaro por excelencia, enemigo de la
civilización. Hermanados por una misma lengua y una
estructura social que privilegiaba la ideología guerrera,
aquellos pueblos de campesinos, artesanos y caballeros
jamás estuvieron políticamente unidos, pero consiguieron,
con el tiempo, ocupar toda la Europa continental e insular
hasta Asia Menor. Los celtas no erigieron monumentos
megalíticos y, sólo excepcionalmente, dejaron tras de sí
grandes esculturas comparables a las de los mundos griego
o etrusco-itálico. Aplicaron su arte a los objetos pequeños
y sus repertorios figurativos dieron forma a una visión
fantástica, fugitiva y muy especial de la naturaleza y de su
propio mundo espiritual y mágico-religioso.
Largo tiempo ignorados por los estudiosos, los celtas son
hoy objeto de profundas investigaciones que han permitido
conocer y comprender numerosos aspectos de la identidad,
la cultura, el arte y las creencias de estos antiguos pueblos,
que se sitúan en la raíz de la cultura europea.