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Eficacia y utilidad son los criterios que han primado en la arquitectura moderna, a menudo en detrimento de otras formas consideradas “menos serias” y aparentemente accesorias, como la del juego. Pero una cosa es diseñar espacios lúdicos y otra muy diferente es hacer de la arquitectura un jugar. Giancarlo Mazzanti cuestiona esta visión limitada y jerárquica al replantear las relaciones de la arquitectura con el juego y el arte en cuanto manifestaciones inherentes de lo viviente y lo humano, incidiendo en su dimensión colectiva, participativa y transformadora. Su audaz propuesta profundiza en las estrategias y dispositivos de juego como elementos que configuran el espacio, que actúan como detonantes de creación y aprendizaje del habitar. Una concepción arquitectónica que, lejos de ser una solución a problemas de eficacia o utilidad, afirma la construcción de espacios como generadores de acciones y relaciones entre sus habitantes (humanos y no humanos; naturales y artificiales), que a su vez dan forma y participan en sus usos y transformaciones. En definitiva, se trata de activar y propiciar la