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Aquel «verano húmedo y desapacible» de 1816 «me entretuve pensando una historia que consiguiera que el lector tuviera pavor a mirar a su alrededor, que le helara la sangre y que acelerara los latidos de su corazón», Mary Shelley en la introducción a la edición de 1831 sobre cómo se forjó Frankenstein.