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Hace más de un siglo, la educación infantil representa un desafío histórico a confrontar desde las escuelas para dar respuesta a las necesidades de una sociedad en desarrollo y crecimiento democrático. Garantizar las condiciones de vida de niñas y niños, su salud física y psíquica, su crecimiento social, su seguridad afectiva, emocional, cultural y moral, son todos ellos aspectos que justifican una verdadera educación infantil para todas y todos. Para conseguir esto, corresponderá atender la formación oportuna de profesionales reflexivas y conocedoras de su práctica, capaces de actuar en situaciones de empatía, equilibrio y autonomía educativa, pero también, capaces de valorar, autoconstruir, evaluar, investigar e innovar. Desde estas perspectivas, lo que más se impone es contemplar como variables de formación el trabajo cooperativo, la cultura de colaboración, el contexto, los procesos de cambio, la diversidad de estrategias de enseñanza, la evolución del conocimiento, el valor moral de la educación, y cómo no, el ámbito condicionado y condicionante de la feminización profesional en todas sus implicaciones.