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Fiódor aún recuerda el primer día que llegó a aquel burdel perdido en medio de la llanura de la Yugoslavia anterior a la guerra. Le llevó hasta allí un anuncio del periódico —«se busca cocinero»— y acabó siendo el único rincón del mundo que consideró su hogar. Las buenas migas con la madame y propietaria del burdel, Rita, contribuyeron a ello, pero también la relación familiar que se estableció entre todo el personal de la casa.
De repente, la vida en aquel mundo da un vuelco. Empieza la guerra y las vidas se separan, los destinos salen despedidos, hechos trizas.