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Los niños del colegio se burlaban de Eduardito
por el tamaño familiar de su nariz con la que
no se mojaba la boca cuando se duchaba.
Para animarlo, cuando llegaba a casa su madre
siempre le leía el mismo cuento: El patito feo,
hasta que un día se maravilló al descubrir que
tenía una nariz que servía para cualquier cosa.
Aceptarnos como somos supone una existencia
más plena y afianza una construcción saludable
de la personalidad. Este cuento reivindica con
humor el derecho a ser imperfectos y felices.